Las
fundaciones monásticas han constituido un elemento clave en la historia
de Aragón, tanto como elemento aglutinador de la espiritualidad, como
por su control en la actividad económica de su entorno. Los monarcas
aragoneses, especialmente en época medieval, hicieron de los monasterios
instrumentos políticos, utilizándolos
como enclaves fronterizos contra el enemigo; y también como
activadores de la repoblación y como dadores de soluciones personales
a problemas de dote o sucesión dinástica. La invasión musulmana paralizó
en parte sus actividades, especialmente las incursiones de Almanzor
en el siglo X. Fueron los avances sucesivos de los cristianos, los
que harían resurgir a los monasterios de su decadencia. En el siglo
Xl, gracias a la influencia del monacato cluniacense y, posteriormente,
a la reforma llevada a cabo por Ramiro I, se gestaron la mayor parte
de las fundaciones. Monumentalmente, pueden citarse entre los más
antiguos el de San Pedro de Siresa, con un posible bloque occidental
de tradición postcarolingia, y el de San Juan de la Peña (con restos
arquitectónicos mozárabes); aunque en ambos casos los conjuntos se
completen fundamentalmente en estilo románico.
En Aragón, la arquitectura monástica,
con la compleja estructura de sus dependencias organizadas en torno
al claustro central, no alcanza su expresión completa hasta la introducción
de los cisterciences. De este periodo son los importantes monasterios
masculinos de Veruela, Piedra y Rueda, y los femeninos (como el de
Sigena, fundado en 1188).
Tomando por la parte inferior
el cruce próximo a Campo, y cruzando
el Puerto de la Foradada, llegaremos a Ainsa. En el camino, desviándonos
cerca de Arro, nos detendremos en el alejado Monasterio de San Victorián,
maravillosamente acomodado en las ramificaciones de la Peña Montañesa.
Capital del Reino de Sobrarbe, tuvo su período de máxima gloria entre
los siglos Xl y XV, al inicio de los cuales se empezó la construcción,
originariamente románica, de su castillo. Hoy, este fundamento está
ocultado por posteriores reformas del siglo XVI. Situada Aínsa
en el enclave en el que confluyen los ríos Cinca y Ara, su atractivo
superior y más sorprendente lo regenta la Plaza Mayor: conjunto histórico
y artístico de rancio sabor medieval. Sus laterales aparecen atravesados
por pasadizos de grandes soportales. En el extremo oriental destaca
la sobria y esbelta torre de la Colegiata de Santa Maria, adecuadamente
conservada en su estilo románico original del siglo XII. Un centenario
más tarde, se le adosaba el claustro. Desde lo alto de su torre disfrutaremos
contemplando hermosas panorámicas.
En Septiembre de todos los años
impares, en el incomparable cuadro de la Plaza Mayor, se puede asistir
a la escenificación de la Morisma. En ella se evoca
la aparición de la Santa Cruz al rey Garci Jiménez cuando éste encabezaba
una cruzada para reconquistar la Plaza a los musulmanes. Cerca de
Ainsa y de Serratillo, es interesante y sugestivo detenerse a visitar
el Santuario de Santa María de Buil.
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