La
llegada a Alquézar nos deparará, sin lugar a dudas, una grata sorpresa:
la de acercarnos casi a
ciegas a un paraje invisible, para apreciar, desde el mirador que
da entrada a la población, uno de los conjuntos histórico-artísticos
más "fotogénicos" de Huesca. Sin apenas visión del lugar;
basta con apearnos del coche en la primera balconada para extasiarnos
en la contemplación del Castillo y Colegiata, situados en la parte
superior de la roca desnuda y dominar todo el trazado medieval de
la urbe, de majestuosa grandeza.
La Colegiata estuvo consagrada
en el siglo XI y aún conserva, en parte, su estructura original. En
el claustro, edificado sobre el antiguo atrio románico, podremos admirar
capiteles de excelente talla. En el Castillo (siglo Xl) se puede contemplar
los restos de la iglesia de Santa María Magdalena, la
torre vigía y lo que resta de un torreón, todo ello rodeado de viejas
murallas aún en pie. Con todo, y desde el balcón de la entrada, la
visión global del lugar será la imagen más representativa a recordar.
Alquézar adquirió notable relevancia
como enclave estratégico de la marca superior de Al-Andalus. Los musulmanes
aprovecharon su situación junto al río Vero, para convertirla en el
principal bastión defensivo de Barbastro. Fue poco después de la mitad
del siglo XI, cuando se reconquistó por las fuerzas cristianas, lo
que propició el asentamiento de los primeros monarcas de Aragón. Éstos
irían, poco a poco, recuperando territorios sarracenos situados
más al Sur.
Muy cerca de Alquézar se encuentra
la carretera comarcal que, una vez cruzado el puesto de Eripol, se
dirige a Boltaña y Ainsa. Pequeñas aldeas y rincones la salpican,
proporcionándole pinceladas del más puro estilo rural. Colungo y Asque
son dos de éstas reducidas poblaciones que merecen ser visitadas.
Algo más alejada, Bárcabo nos mostrará la silueta de su hermosa iglesia.
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